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En el periodo comprendido entres 1680 y 1750 no fueron pocos los intentos del Cabildo de la Catedral de Cuenca de adecentar y adecuar a los nuevos gustos propios del barroco uno de los elementos más representativos de su templo: la fachada. Así mismo, y junto a otras acciones constructivas de menor relevancia, dotar al conjunto de una imponente torre de campanas y de dos torres que flanqueasen el referido frontispicio resultaron acciones vitales para le mesa capitular conquense. Estas obras configuraron un panorama que determinó el devenir de la cultura arquitectónica que se gestó tanto alrededor del propio edificio como en el obispado. Sin duda, para acciones de tal envergadura se contó con los arquitectos más afamados e inteligentes del momento. Figuras de la talla de Juan Pérez Castiel, Luis de Artiaga o el propio Pedro de Ribera quedaron vinculados a tales quehaceres. Así mismo, fue innegable el papel que dicho Cabildo y la cultura conquenses infirieron en la trayectoria profesional de uno de los más afamados arquitectos barrocos del momento: Jaime Bort. Si bien el diseño de la fachada de la Catedral de Murcia ya hacía intuir que el artífice debía contar con amplios conocimientos previos y con un saber hacer práctico innegable, este estudio justifica -atendiendo a numerosos documentos inéditos- estas insinuaciones. Ampliamente reconocido como escultor, retablista, arquitecto y fontanero -en menor medida actuando incluso como pintor- en el desarrollo profesional de Bort fue imprescindible la conexión que durante su estancia en Cuenca tuvo con la mesa capitular. Este respaldo no sólo se plasmó en las obras que le fueron otorgadas en la propia Catedral sino también en la diócesis donde diseñó un importante número de retablos. De igual forma que ocurrió con dicho artífice, los miembros del Cabildo no dudaron en depositar su confianza en materia constructiva en lo más reconocidos representantes de esta disciplina: los Maestros Mayores de la Catedral y sus Tenientes. Esta tesis doctoral desgrana el papel que desempeñaron Félix de la Riba Campos, Domingo Ruiz, Juan de Arruza, Fray Domingo Ruiz y los ya mencionados Luis de Artiaga y Jaime Bort como exponentes del primer grupo a la hora de marcar las directrices en que se basaron las reformas emprendidas en el obispado a fin de dotar los templos del estilo imperante. Así mismo los tenientes Fernando Fernández, Antonio de Artiaga o Felipe Bernardo Mateo sirven de ejemplo para entender la evolución de este cargo en el periodo estudiado y como su figura fue equiparándose progresivamente con la de los Maestros Mayores. Por último, al tratarse de uno de los máximos exponentes de la figura del fraile arquitecto en la cultura arquitectónica conquense comprendida entre 1680 y 1750, este estudio presenta una importante serie de datos inéditos de don Bartolomé Ferrer. Las propias palabras del clérigo en su tratado sobre arquitectura haciendo referencia a sus diferentes perfiles profesionales como arquitecto, retablista o ingeniero cobrarán relevancia al ser contrastadas con fuentes veraces que las justifican, A fin de corroborar todos los datos expuestos, esta tesis doctoral cuenta con un interesante apéndice documental y con un corpus -en su mayor parte inédito- de diseños efectuados por los artífices referidos.
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