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Como bien señala Pía Montalva (2013), las frazadas son los artefactos que mejor figuran la prisión política y sus ambigüedades: por un lado, encarnan las funciones básicas de la tecnología del poder en dictadura: quitan el habla y la vista, inmovilizan el cuerpo, borran la individualidad del rostro y del semblante, aíslan los individuos de su entorno, por otro contribuyen a restituir cierta normalidad en una situación excepcional como la del encierro y permiten aceptar la incerteza de la detención. En el testimonio de Jorge Montealegre (2003) sobre su estada forzada en el Estadio Nacional, escrito a treinta años del golpe militar, la frazada es un símbolo central, imagen matricial que acompaña la poderosa figuración de la experiencia en el lugar de cautiverio. La presente investigación analizará la dinamización de la imagen de la frazada, a través de tres variaciones: 1. La frazada como expresión de la violencia 2. La frazada como estímulo imaginativo 3. La frazada como resto.
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