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Fruto de una primera y rápida impresión, la figura de Antonio Muñoz Degraín (1840-1924) puede resultar la de un artista que no pertenece al siglo XIX, al menos en lo que se refiere al uso del color. Sin embargo, pese a que vivió los últimos años del academicismo, supo crearse una cierta inmunidad ante la mayoría de la crítica, logrando que ésta antepusiera sus cualidades de poeta a las de pintor, formando parte de un grupo de artistas que influyeron en la transformación del concepto de arte en los difíciles años del cambio de siglo. Así pues, mostrando su verdadera personalidad, concederá al color la dignidad de protagonista, dotando a los valores plásticos la capacidad de constituirse en los verdaderos transmisores de toda la carga expresiva de la obra. Así, a partir de 1884 una vez afianzada tanto su posición artística como social, podremos apreciar como el pintor valenciano totalmente libre del sometimiento consciente al academicismo, se impone como artista individual, logrando que en la obra de arte se produjese una paulatina aceptación de lo expresivo frente a lo puramente formal.
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