|
El Imperio otomano fue conejillo de Indias de las primeras experiencias imperialistas europeas, a contar desde el desembarco de Napoleón en Egipto, en 1798. Desde entonces, el intervencionismo fue continuo, abarcando desde agresiones di-rectas y rapiña de regiones enteras, a injerencias políticas y económicas. La actitud de las grandes potencias osciló entre el deseo de destrucción total del Imperio otomano (como fue el caso de Rusia) a la defensa interesada de su integridad (Gran Bretaña) o una voladura controlada (Austria-Hungría y Francia). Al final, los pequeños aprendices de brujo terminaron uniéndose a la rebatiña: Italia en 1911, y las jóvenes potencias balcánicas al año siguiente. En el proceso, los pueblos del Imperio fueron manipulados, avasallados o masacrados, pero sobre todo, adquirieron la costumbre de contar con las grandes potencias para resolver sus problemas, ante la Sublime Puerta o entre ellos mismos. Este mecanismo interactivo dio lugar a un tipo de crisis aparentemente irresolubles que sobrevivieron al Imperio otomano y siguen siendo de total actualidad: Palestina, Irak, Líbano, Cáucaso, Bosnia o Kosovo. (A)
|