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El título de este libro presupone que la fragmentación es un signo de nuestros tiempos y, en
particular, de sus formas culturales. Entre las diversas metáforas que se han utilizado para
nombrar el gusto por el detalle, el despedazamiento y el fragmentarismo, una de ellas ha
cosechado un éxito notable: "montaje". ¿Por qué, sin embargo, este libro, no acoge en su seno el
término montaje? Aunque breve, la explicación es necesaria. Recordemos, entonces, el contexto
de comienzos de siglo que vio nacer el concepto de montaje. Por una parte, unas formas artísticas
que reaccionaban contra el organicismo y la imagen de unidad que ofrecían las obras clásicas;
por otra, la irrupción violenta de la técnica en el arte. De este entorno, fundamentalmente
moderno, surgieron las vanguardias históricas. El término montaje era una metáfora idónea, pues
aunaba el espíritu técnico (aludía a la cadena de montaje, a la industria) y el fragmentarismo de
principios de siglo. No fue por casualidad si las expresiones concretas de este principio proliferaron
extendiéndose a todas las formas artísticas: el collage pictórico, el excentrismo teatral, el
fotomontaje y la cartelística, etc. De esto nos ocupamos en nuestro libro Teoría del montaje cinematográfico
(1991).
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