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La imagen del franquismo difundida por el cine se había modelado preferentemente sobre la inmediata posguerra y no sobre los años sesenta. De acuerdo con una convención no escrita, cuando se trataba de zambullirse en ese larguísimo período que fue el franquismo se imponía una sinécdoque: la sordidez y desolación de los años cuarenta y, a lo sumo, cincuenta. A tal efecto, se elaboró una retórica visual que se convirtió en doxa, cuyas convenciones de estilo y tonalidad emotiva servían casi indistintamente para representar dramas de la guerra civil como del primer franquismo. Durante muchos años, este estilo fue no sólo un género cinematográfico, sino un verdadero paisaje para la memoria reconocible a sus primeros compases dirigido a un público masivo en cuya atmósfera cercana al melodrama, galería de personajes y tramas, plasticidad especial, decorados y cromatismo emocional, los espectadores estaban llamados a reconocerse. Sin embargo, nuevas corrientes, como la serie Cuéntame han puesto de relieve el interés creciente de los media por los años sesenta y principios de los setenta, objeto de este texto.
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