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Quizá el gesto más decisivo de las vanguardias o, al menos, de
las más radicales de entre ellas radique en un rabioso impulso
de destrucción. Complementario sin duda de otros, negociado
con esperanzas constructivas o regenerativas, hay algo en él
que adquiere el aire de su tiempo: el asalto a la razón, la destrucción
de una tradición ilustrada y humanística. Probablemente,
todavía no se ha puesto suficientemente de relieve la conexión
entre esa pulsión destructora en el ámbito del arte y la fantasía
revolucionaria de los movimientos que atentaron contra la
democracia poco después. No se trata del totalitarismo, pues
éste define el minucioso proceso de reconstrucción que sucede
a la toma del poder; me refiero ahora al acto subversivo, al espíritu
que lo nutre y le otorga un vigor desconocido. No son, claro
está, fenómenos equivalentes, pero un hilo rojo los conecta de
un modo que siento inquietante. Este desnudo rasgo, esta mueca soberbia, jamás se dio
con tanto entusiasmo en ningún otro lugar como en la Unión
Soviética, esto es, en su vida, en su arte, en su industria y en su
cine. Tal vez porque la revolución de los Soviets fue la convulsión
mayor que sacudió al mundo contemporáneo, quizá también
porque la idea de hombre nuevo jamás fue tan fascinantemente
intolerante. La máquina en manos del obrero (y no la máquina
teórica que nutría el impulso estético de Marinetti y los suyos),
el arte convertido en producción que propugnaban en radical
extremismo los productivistas, el artista aupado a la condición
de ingeniero por la que apostó el constructivismo, la vanguardia
enarbolada como proyecto de Estado ... son éstas tan extrañas
paradojas que conducen a la meditación y a la perplejidad.
Y Eisenstein pudo ser quien, por su condición de teórico,
autor de manifiestos, cineasta formado en la tradición clásica
hasta la médula y radical (en su sentido literal), lo llevara a su
más alto peldaño. Y, sobre todo, que lo viviera como una lacerante
escisión que necesitaba suturar, pero que el impulso creador
fracturaba a cada instante. Una tenaz búsqueda, un radicalismo
sin pactos, una honda formación humanística que emergía con
mayor fuerza cuanto con más ahínco se la expulsaba.
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