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Más que una beligerancia contra la religión, el ejemplo examinado en este trabajo
revela una articulación interna
con la liturgia. Porque líturgia significa universo simbólico rítualizado y
sobre dicho ritual construye el perverso a su vez otro ritual, cierto que de
signo distinto. La perversión construye escenas, observadas por alguien que
erotiza los objetos, pero, en general, se rige por una monotonía que nadie
como Sade supo exponer con tanta contundencia. Pues bien, Buñuel construye
estas escenas sobre escenas prevías, sin necesidad de desmontarlas, advirtiendo
una sorprendente fidelidad a su función simbólica. El hecho de que
sobre ellas surja el deseo o que el deseo exija como requisito el esquema ritual católico, no anula éste ni lo hace prescindible. Por el contrario,
lo convierte en un juego de un manierismo muy sagaz y enrevesado.
En suma, estoy firmemente convencido de que el sentido del goce en Buñuel,
la perversión, y también la comicidad que destilan muchas de sus películas
son rigurosamente incomprensibles sin un análisis minucioso de muchos de
estos rituales y también creo que muchos de ellos faltan todavía por analizar.
Al fin y al cabo, ateo o no, Buñuel es incomprensible sin la liturgia católica,
ante la cual jamás podrá adoptar una posición de exterioridad. Afortunadamente
o, parafraseando sus palabras, gracias a Dios.
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