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Los films de Alfred Hitchcock abren una problemática
que es a la historia a quien interesan y, sólo por esto, sus investigaciones
representan la avanzadilla del cine americano durante casi dos décadas. Más
tarde, cuando se produzca la revolución tecnológica de comienzos de los sesenta,
cuando las escrituras europeas consigan dejar su impronta en el cine mundial,
cuando los experimentos underground comiencen a reclamar un pequeño
espacio, entonces la representatividad de ' Hitchcock para la historia del cine
deberá ceder su lugar. Sus trabajos a partir de aquel momento serán -que nos
perdone el hitchcockiano impenitente- irrelevantes para la historia. Sus obras
a partir de 1963 podrán ser alabadas o criticadas, pero la razón para hacerlo de
un modo u otro ya no coincide con la punta de lanza del cine americano. Sin
duda, también a partir de este momento Hitchcock continuará siendo un virtuoso
que despliega con maestría su oficio pero, a pesar de todo, su contribución
a la historia del cine, su representatividad -si se prefiere- de la misma
será escasísima. Del mismo modo que The Man who shot Liberty Va/anee (El
hom.bre que 1nató a Liberty Valan.ce, John Ford, 1962) significa el fin del western.
y, también de algún modo, el de Ford (y conste que consideramos a Seven
Women -Siete mujeres, 1965- como una obra maestra), del mismo modo que
Imitation of Life (Imitación a la vida, 1958) es la obra final de Douglas Sirk (en
este caso literalmente si dejamos de lado los trabajos dedicados a la enseñanza),
también Psycho puede ser considerada la última película de Hitchcock al
menos si por tal entendemos su representación de la trayectoria del cine americano.
Disuelta la hegemonía del modelo clásico, abiertos los horizontes a otros
universos sociales y narrativos, no podía ello dejar inmunes a todos aquéllos
que trabajaban en la frontera: era lógico que una muerte acarreara la defunción
histórica de una obra, aunque no -¿qué duda cabe?- su particular hermosura.
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