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Avivar la memoria del mayor genocidio del siglo XX es tarea no sólo necesaria, sino también ardua y compleja, pues el consumo de imágenes de Auschwitz y sus metonimias corre el riesgo de oxidar la ética sobre la que el sufrimiento fue dignificado y llorado. La memoria, como bien sabemos, es una actualización del pasado para que permaanezca ante nuestros ojos con 1o presente, con su fuerza de enseñanza moral, en lugar de transigir a un acomodo. Precisamente por esto, su gestión se hace entreverando el acontecimiento siniestro del pasado con los de un presente que no puede resultar indiferente. Así, una gestión ética de la memoria debe ser consciente de los acontecimientos con los que se articula su empeño si desea ser fiel con el recuerdo y no hacer un uso fraudulento del dolor ajeno. Ésta es quizá la tarea más difícil de la memoria: resistirse a desaparecer, pero también negarse a ser parásita, cómoda, ahistórica, o a ponerse al servicio de fines incompatibles con su origen moral.
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