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Habría de ser de nuevo John Ford quien sentenciará la defunción
del western en cuanto mito, su imposibilidad de construirse en el vacío
de la historia. Y habría de ser en uno de los más lúcidos films de la
historia del cine: The Man who shot Liberty Valance (El hombre que
mató a Liberty Valance, 1962). Todo en este film posee un reverso: un
viaje en ferrocarril abre paso al pueblecito de Shinbone. Pero, en el
interior del relato, otro emprendido por el antes pionero y hoy estadista
Stoddard (James Stewart) nos devuelve a un universo más acorde
con el mítico Oeste: pistolas, tiroteos, diligencias, la ley del más fuerte
... En el interior de este mundo, se interpone un hombre que blande
la razón, con la maleta repleta de libros, un antihéroe que, precisamente
invertirá los valores míticos para dar paso a la civilización. Este hombre
es "el hombre que mató a Liberty Valance". Y he ahí que nos encontramos en la sala de una convención, muchos años más tarde de este primitivo viaje y algunos antes del civilizado. Van a ser elegidos los cargos para representar al Estado en Washington. Ransom Stoddard puede ser elegido, pero le atormenta la idea de haber asesinado a un hombre, siquiera fuera por el bien de la civilización. Tom Doniphon (John Wa
lo increpa y le relata en un insólito flashback (estos procedimientos
casi jamás aparecen en el universo mítico, justamente porque éste carece
de pasado) cómo, desde otro lugar, fue él mismo quien asesinó a Liberty
Valance. Al tiempo que se lavan de sangre las manos de Stoddar, se
sentencia la falsedad sobre la cual se construyó la historia, la civiliza-
ción. Pero ello sólo porque se ha apelado a un doble discurso, el que
funda el mito y el que abre paso a la historia, a la comprensión de
aquel mito originario, desprendiéndose de él. Para la historia no es
relevante )a veracidad de los hechos, sino sus resultados y la entrada
en un úniverso cualitativamente distinto del anterior. Y justamente
por esta razón los pioneros, testimonios de aquella época anterior a la
historia, están condenados a desaparecer. Si este estadista todavía ostenta
sus arrugas de pionero, el espectador sabrá en adelante de su
imposibilidad futura. El mito ha sido enterrado, a fin de cuentas, en el
mismo ataúd en que yace el valeroso Tom Doniphon.
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