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'Para saber, hay que imaginar[ ... ]. No invoquemos, pues, lo inimaginable'. Con este sutil, pero contundente, juego terminológico y conceptual entre imagen e imaginación abría Georges Didi-Huberman su audaz y polémico ensayo sobre el tópico de lo irrepresentable de ese infierno en la tierra que fue Auschwitz. Pocos acontecimientos han dado a la luz más literatura, testimonios, fotos o cine post facto como este símbolo que se empecina paradójicamente en sostener su carácter inefable, inimaginable, impensable desde los primeros tiempos. En efecto, desde una interpretación restrictiva del interdicto adorniano ('No es posible escribir poesía después de Auschwitz') que Enzo Traverso interpretó de modo más matizado, hasta los tópicos que, tal vez inspirándose en Primo Levi, Jean Améry, Elie Wiesel, David Rousset o Robert Antelme, circulan como doxa, el tema de la irrepresentabilidad convoca la triple cuestión de lo inconcebible, lo inefable y lo irrepresentable. En realidad, la tesis de la representabilidad es confusa, como señaló Jean-Luc Nancy, pues baraja, mezclándolas, dos cuestiones: la imposibilidad de correspondencia del hecho con su representa~ión y su ilegitimidad, vinculada a la prohibición de imágenes.4 Al romper con el lugar común que evitaba penetrar en las formas, Didi-Huberman nos invita a movilizar todos los instrumentos de análisis de la imagen como documento histórico y como representación, desde su morfología hasta su pragmática.
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