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El cine es fantasioso, irresponsable. Sus edificios se diseñan como caprichos; ni
siquiera han de someterse a la prueba del equilibrio, de la-consistencia, a las
leyes más elementales de la física. La pantalla bien puede entregarse a la imaginación.
Nadie le pasará jamás factura. Esta condición, que lo hace esquivo, también
lo aproxima a nuestros sueños y anhelos. Cuanto más inconsistente, mayor
vigor cobra como documento imperecedero de cuanto produjo el ingenio del s.
xx:. Por eso la arquitectura quimérica se encaramó al cine en tantas ocasiones:
para servir de deleite a los arquitectos sin someterlos a riesgo alguno, para estilizar
los volúmenes hasta lo inhabitable, para ejercer de demiurgos de un decorado
que tenía los días contados .. . Y, con todo, esas fantasías han podido levantar
cimientos en un terreno abonado de nuestra cultura: la imaginación.
Desearía en estas páginas merodear por algunos de esos escenarios de la fantasía
urbana emparejando, como en un montaje de atracciones algunas películas
que corresponden al jubiloso amanecer de las vanguardias con sus reflejos
-reconozco que subjetivos- en films de las últimas décadas, con los que riman,
a los que citan o cuyos ambientes recrean. Por más que :fragmentario, este bucle
permite atisbar la conciencia -fatigada o exultante- que muchas películas decadentes,
crepusculares, manieristas o desérticas de nuestro tiempo tienen de
haber atravesado toda una historia en apenas cien años.
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