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El sociólogo de nuestro tiempo se encuentra instalado, personal y profesionalmente, en una situación precaria. De una parte, la sociedad en que vive le plantea problemas que, al menos de momento, no puede solucionar. De otra parte, cuando el sociólogo intenta alguna solución a esos problemas es difícil que complazca a la generalidad de sus colegas.
El sociólogo no puede dar respuesta satisfactoria a la mayoría de los problemas que le plantea la sociedad en que vive, porque existe un abismo profundo entre el estado real de desarrollo de la sociología, a la hora presente, y la desmesurada importancia de los problemas con que la sociedad le enfrenta. Por decirlo en pocas palabras, nos encontramos con una sociedad que cree que la sociología se halla, con su escaso siglo de historia, a la misma altura de desarrollo de las ciencias de la naturaleza, con una historia de más de tres siglos. Lo dicho vale tanto para las sociedades que tienen una actitud favorable a la ciencia sociológica como para aquellas en que predomina la indiferencia o la hostilidad.
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