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Desde que en nombre de la verdad expulsara de su ciudad perfecta al poeta, por tratarse
de un mero "artesano de apariencias", y proscribiera su canto como la crónica acicalada de una imitación -que no otra cosa es nuestro mundo-, habiendo subordinado previamente el poder evocador de la metáfora a la unidad conceptual de las formas y convertido la poesía mediante este ardid en inconsciente alegoría del Ser, se alza ante nosotros Platón, filósofo-poeta y paradójico genitor del pensamiento antipoético. Tan trágica separación ha impreso un sesgo característico en la historia del pensamiento occidental, donde los coqueteos de la filosofía con la ciencia, primando el componente conceptual de su discurso, desemboca en más de un caso en la execración del verbo lúdico de los poetas, hasta el abrazo exaltado que estrecha los corazones y las voces de filósofos y poetas en las postrimerías del siglo XVIII alemán.
Nunca hasta entonces se había manifestado con tanto entusiasmo la vocación de unidad, la
reconciliación lingüística de metáfora y concepto. Como texto paradigmático de tal situación detengámonos a considerar el denominado por Rosenzweig "Primer programa de un sistema del idealismo alemán", un manuscrito caligrafiado por Hegel, de controvertida paternidad, cuya fecha de redacción oscila entre los últimos meses de 1796 y los primeros de 1797, y que
no ha recibido las atenciones con que han colmado los exégetas del joven Hegel otros escritos salidos de su pluma durante esos mismos años, debido principalmente a la asignación inmediata de las propuestas estéticas que articulan el texto al mundo de ideas del autor de "Hiperión".
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