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Las tierras del sur valenciano entre el río Xúquer y Xixona definen un paisaje agreste surcado por valles y rutas que vigilan castillos . Así debió de verlo Jaime I en tiempos de la conquista, cuando su ejército tuvo que librar una campaña dura y duradera y afrontar la revuelta mudéjar de 1276 que terminaría sofocando su hijo y sucesor, Pedro III el Grande, al año siguiente. En este territorio la huella del Islam fue especialmente persistente: la toponimia, las fortalezas, y otros testimonios arquitectónicos más borrosos pregonan su abolengo musulmán como en pocos lugares de la geografía valenciana.
A diferencia de lo supuesto –a veces poco críticamente- para otras comarcas, las tierras del sur y en especial la montaña valenciana no marcaron una ruptura tan drástica en el orden del espacio como sucedió en las tierras situadas al norte del río Millares, sino una transición seguramente difícil y desigual desde un paisaje de alquerías, mezquitas, morabitos y castillos hacia otro de villas, poblados, iglesias, ermitas y fortalezas cristianas instaladas sobre los husn islámicos. Con todo, la llegada de los conquistadores cristianos y de los colonos que les siguieron marcó un cambio sensible en el urbanismo, en la distribución de la población y a medio plazo también en la fisonomía arquitectónica de las tierras meridionales de la diócesis de Valencia.
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