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Desde Kaufmann, el proyecto de autonomía en la arquitectura ha tenido que enfrentarse a una aparente paradoja: o bien suscribía la tesis formalista según la cual el compromiso con lo social se establece “despolitizando” la arquitectura (Johnson o Rossi); o bien se recuperaba la naturaleza social de la arquitectura, corriendo el riesgo constatado en las vanguardias de confundirse con lo que se espera poder cambiar (Hays o Eisenman). Si por una parte la racionalización propia de lo moderno posibilitaba la figuración de una alternativa social, por otra su tendencia hacia la abstracción amenazaba con alejar a la arquitectura de la sociedad.
En contra de esta interpretación extendida en la recepción del concepto de autonomía en la arquitectura, y atendiendo a sus orígenes tempranamente fundamentados por Kant, la irrupción de la autonomía en el arte es, de hecho, indisoluble de la dimensión ética de su proyecto de emancipación social. Tomando como punto de partida la antinomia de la autonomía kantiana se defenderá cómo la exigencia de autonomía en la arquitectura es, por una parte, ineludible si se quiere persistir en el proyecto de modernidad arquitectónica y, por otra, que la mera posibilidad de la autonomía en la arquitectura pasa por la realización de un tipo de expresión moral en la obra de arte.
No obstante, esta tesis –radicalizada en Schiller- no está exenta de riesgos: la moralización del arte puede fácilmente caer del lado de los absolutismos y, como prueba temprana de ello, en la obra de Claude-Nicolas Ledoux pueden identificarse las paradojas que desde entonces arrastrará la arquitectura en su lucha por la autonomía. En este sentido, con el sustento teórico proporcionado por Theodor W. Adorno, el enigma como contenido epistemológico contrario a la verdad entendida como adaequatio adquiere un estatus moral interno que disuelve la aporía a la que se enfrentó la modernidad estética y abre una vía para la posibilidad de la autonomía en la arquitectura sin por ello renunciar a sí-misma.Since Kaufmann, the “autonomy project” in architecture had to face an apparent paradox: either to subscribe to the formalist thesis to which the social commitment is established by "depoliticizing" architecture (Johnson or Rossi), or to recover the social nature of architecture, assuming the risk verified during the Avant-garde, of identifying the alternative with what is expected to be changed (Hays or Eisenman). On the one hand, modern rationalisation enabled the configuration of a social alternative, whereas its tendency towards abstraction threatened to alienate architecture from the society.
In contrary to this widespread interpretation in the reception of the concept of “autonomy” in architecture, and following its early origins established by Kant, the emergence of autonomy in art is, in fact, inseparable from the ethical dimension of his social emancipation project. We shall rely on the “antinomy of taste” in Kant in order to defend that the necessity of autonomy in architecture is, first, unavoidable if we want to persist in architectural modernity and, second, that the mere possibility of autonomy in architecture requires the realization of a kind of moral expression in the work of art.
However, this thesis -radicalized by Schiller and implemented by Ledoux- cannot be accepted without risks: the moralization of art easily falls on the side of absolutism as evidenced during the early twentieth century. In this regard, with the theoretical support provided by Theodor W. Adorno, the enigma as an epistemological content -opposed to the truth understood as adaequatio- acquires an internal moral status which dissolves the aporia faced by the aesthetic modernity and opens the way for the possibility of an autonomy in architecture without compromising its inherent nature.
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