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María Zambrano sostiene una tesis inquietante y novedosa que está por dilucidar. En Filosofía y poesía afirma que todo el pensamiento español se entiende desde una premisa clara y constante: la condición caritativa. Apunta que esta realidad adquiere verdadero sentido y significado en Ortega. Si seguimos la estela de esta hermenéutica novedosa, ¿cabe una lectura del pensamiento orteguiano desde la condición que plantea Zambrano? Es posible por varias razones. En primer lugar, todo concepto en la filosofía de Ortega se remite a la vida. Ésta se compone de dos momentos fundamentales: la soledad y la compañía. Del segundo surge la condición radical de alteridad de la vida cuyo elemento crucial, afirmará Ortega, es el amor. Por lo tanto el amor será un hilo conductor que va a vertebrar toda su obra porque surge del fundamento mismo de la vida. No estamos ante un concepto menor. Todo lo contrario. Será uno de los elementos que constituyen el fundamento de la razón histórica. Ésta se presenta como una racionalidad integral que ayudará a revitalizar la Modernidad. Sólo desde un diálogo entre amor y justicia será posible esta necesaria y urgente tarea. Es en este momento donde podemos hallar el vínculo entre el amor y la justicia. Detallemos las razones. El amor y la justicia son necesidades de tal calibre que sin las cuales no podría darse la vida, tanto personal como socialmente. Son necesarias y anheladas por todo ser humano. La Modernidad debe recuperar el vínculo entre ambas a través de un modelo de razón integral como es la razón histórica. El amor ha desaparecido de los modos primarios del pensamiento. Se acusa de irracionalismo o misticismo a todo intento de salvación de la philia. Expresar algo tan necesario como te amo se analiza como foráneo de toda meditación y reflexión filosófica. El amor ya no posee razón ni tiene justificación porque nos quedamos sin herramienta alguna con la que poder construir un discurso filosófico.
Todo ello se agudiza en la Modernidad en la que se produce una escisión radical entre lo público y lo privado. Lo público es el reino de la argumentación, de lo racional, y lo privado se entiende como lo íntimo, aquello que tiene que ver con los sentimientos, esto es, con la irracionalidad. En relación con la justicia y el amor, la primera se identificaría con lo público y el amor, al estar fuera de la órbita filosófica, con lo privado. Pero, ¿es esto cierto? ¿La vida opera con estos términos, clasificaciones y escisiones? ¿No necesitará la justicia modularse a través del rostro del amor? ¿No es el amor el rostro humano de la justicia? La cuestión está que la Modernidad, por asumir de forma absoluta una visión científica y racionalista del mundo, que no racional, ha colocado el amor en la vida privada donde la razón no parece tener cabida.
Desde esta lógica, la justicia es la parte argumentativa, discursiva y pública del bien. En cambio, el amor se identifica con la parte privada, intuitiva y emocional del bien; por tanto, no caben argumentos, puesto que estamos en el reino de las emociones y los gustos. Ahora bien, a nuestro juicio la justicia debe modularse con la caridad, con la solidaridad, ámbitos íntimos que son vitales para que la justicia funcione. Son dimensiones humanas que tienen consecuencias públicas y sociales. Y es aquí donde Ortega entra con fuerza y vigor desde su noción central de razón histórica, y sólo desde este concepto podremos atisbar las relaciones entre la justicia y el amor.
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