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La obra de Schiller es un lugar de encuentro de muchas corrientes intelectuales del pensamiento europeo del siglo XVIII y comienzos del XIX que le ayudan a configurar una rica estructura conceptual desde la que acomete su reflexión filosófica y su labor creativa. En ella confluyen, por una parte, la visión armónica del cosmos de raíz leibniciana y shaftesburiana, el ideal rousseauniano de una vida natural unificada, el sentido de la pertenencia a una unidad social orgánica transmitido por Herder, y asimismo la concepción ilustrada procedente de Lessing que ve la historia como proceso de formación del género humano. Pero, por otra parte, también es manifiesta la concepción dualista que el encuentro con Kant le transmite de un hombre dividido entre las exigencias de su voluntad moral y las derivadas de la estructura de las necesidades sensibles, entre los mandatos de la razón y los impulsos de la sensibilidad, entre el ideal moral y las realidades histórico-políticas, a la que se une la visión paradójica, que le aportan los Discursos rousseaunianos a la Academia de Dijon, de una civilización tensada por la contradicción entre el progreso material y la degradación moral, reforzada por la descripción nada idealizada que de la sociedad burguesa le aporta el filósofo y sociólogo escocés A. Ferguson, quien destaca el precio que el hombre civilizado tiene que pagar en términos de escisión, aislamiento y conflicto por la eficacia productiva del moderno sistema económico.
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