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La figura de Hegel en el pensamiento contemporáneo es una presencia atravesada. Esta presencia no es sólo un trasfondo contra el que ese pensamiento deba, quizá, perfilarse, sino que también puede y debe verse, o por lo menos en buena parte, al trasluz de la “madurez de la conciencia europea” y desde ese punto culminante de la filosofía occidental que la obra de Hegel representa: de ahí la habitual ceremonia de un puntapié a ese “león muerto” con la que dicho pensamiento casi siempre se inicia. Hegel es una especie de instante último en el que casi la totalidad de los motivos del pensamiento contemporáneo aparecen por última vez anuados, y respecto al cual se los ve dispersarse de nuevo cuando se ha de prescindir de ese trasfondo en el que cobran unidad. Pero esos motivos dispersos, a la hora de entenderse sobre sí mismos y, por tanto, a la hora de cobrar también distancia respecto a sí mismos, se ven remitidos a Hegel; y en esa remisión no tiene más remedio que cobrar tal vez memoria de aquella unidad de la que provienen.
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