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Desde el marco conceptual que habilitan Deleuze y Guattari con la noción de literatura menor, es posible comprender el carácter testimonial y visibilizador que asumen, desde su agenciamiento como dispositivo de enunciación colectivo, las literaturas producidas por autores que marcan su pertenencia a un pueblo originario. El hecho de que esta producción literaria sea, en muchos casos, escrita en forma bilingüe, en castellano y en una determinada lengua indígena, da un rasgo de fuerte desterritorialización al uso de las lenguas. En este contexto, la autotraducción se vuelve una cuestión de interés central en tanto procedimiento que habilita la expresión doble. En el caso particular de la poesía mapuche y en especial en el de Adriana Paredes Pinda, una autora que aprende la lengua de sus antepasados en la adultez como parte de un movimiento de recuperación y reafirmación identitarias, el trabajo de la autotraducción comprende la forma de agenciarse en un lugar de sujeto en la frontera, al igual que la “nueva mestiza” de Gloria Anzaldúa: un ser cuyo cuerpo vive transido por las huellas que deja una vida en el entre-medio de dos culturas en permanente conflicto.
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