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La ciudad se define en los últimos siglos de la Edad Media no sólo por el espacio construido y por la comunidad de quienes la habitan. Cada una toma carta de naturaleza frente a las demás por la antigüedad de su fundación, el abolengo de su historia particular y la jerarquía que le corresponde en el territorio como plaza fuerte, mercado o centro de poder eclesiástico y político. La conciencia de identidad urbana se manifiesta a partir del siglo XIII en textos que ensalzan los orígenes remotos y legendarios de la ciudad, los monumentos y vestigios del pasado que conserva, sus grandes edificios públicos, los espacios principales del comercio y la vida social, las celebraciones propias o la dignidad de sus habitantes. En España, esta corriente se formaliza más tarde en crónicas y otros textos históricos, pero ideas parecidas asoman en documentos e inscripciones públicas desde el siglo XIV revelando actitudes ante el pasado de la ciudad y su legado arquitectónico que merece la pena estudiar. En este trabajo se adopta una perspectiva comparada al confrontar dos ciudades de tamaño y antigüedad semejantes que estaban llamadas a convertirse en grandes centros urbanos de los dos grandes reinos peninsulares en el siglo XV, como fueron Sevilla y Valencia. Ambas eran fundaciones romanas, consolidadas en época bajo-imperial como sedes episcopales, y convertidas en capitales de sendos reinos de taifa desde el siglo XI hasta la conquista cristiana. Sin embargo, las actitudes ante su propio pasado y la asimilación del patrimonio construido por parte de quienes se instalaron en ellas fueron muy distintas y conviene indagar en las causas y en las modalidades de esta reacción diferencial.
El ámbito cronológico de este estudio abarca desde la ocupación cristiana, que tuvo lugar en la en 1238 en Valencia y diez años después en Sevilla, hasta la aparición de la narrativa historiográfica local en el siglo XV.
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