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Jiménez Martínez, Javier
Mestre Escrivá, María Vicenta (dir.); Tur Porcar, Ana María (dir.) Departament de Psicologia Bàsica |
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Aquest document és un/a tesi, creat/da en: 2017 | |
La adolescencia es la etapa evolutiva de transición entre la infancia y la edad adulta. Este periodo está acompañado de numerosas transformaciones fisiológicas, cognitivas y sociales, que amplían la capacidad de analizar y comprender procesos más complejos, así como las necesidades de ampliar las relaciones sociales.
Desde la perspectiva de la Teoría Social Cognitiva y la Psicología Positiva conviene poner el acento en factores personales que estimulan la adaptación social. Con todo, en esta etapa, el adolescente se enfrenta a conflictos personales y sociales, fruto de las nuevas demandas y necesidades (Marina, Rodríguez y Lorente, 2015; Oliva et al., 2010; Viejo y Ortega-Ruiz, 2015). Será conveniente atender a factores de protección personal inhibidores de conductas antisociales.
Siguiendo a Bandura (2011), las personas actúan en el ambiente y éste influye en ellas, en un proceso de...
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La adolescencia es la etapa evolutiva de transición entre la infancia y la edad adulta. Este periodo está acompañado de numerosas transformaciones fisiológicas, cognitivas y sociales, que amplían la capacidad de analizar y comprender procesos más complejos, así como las necesidades de ampliar las relaciones sociales.
Desde la perspectiva de la Teoría Social Cognitiva y la Psicología Positiva conviene poner el acento en factores personales que estimulan la adaptación social. Con todo, en esta etapa, el adolescente se enfrenta a conflictos personales y sociales, fruto de las nuevas demandas y necesidades (Marina, Rodríguez y Lorente, 2015; Oliva et al., 2010; Viejo y Ortega-Ruiz, 2015). Será conveniente atender a factores de protección personal inhibidores de conductas antisociales.
Siguiendo a Bandura (2011), las personas actúan en el ambiente y éste influye en ellas, en un proceso de interacción mutua. Además, la construcción de la persona, como ser activo que procesa información, conduce al principio de las diferencias individuales.
Esta investigación tiene el objetivo de analizar las relaciones entre los mecanismos personales, familiares y sociales potenciadores e inhibidores de conductas socialmente adaptadas. Los mecanismos personales contemplan a la empatía, conductas prosociales, autoconcepto, estrategias de afrontamiento al estrés, agresividad -proactiva, reactiva y física y verbal-, inestabilidad emocional y consumo de sustancias. Entre los factores del entorno familiar se tienen en cuenta los estilos de crianza y relaciones paterno-filiales. Por último, los factores del entorno social incluye.: apego a pares, victimización y afiliación a pares rebeldes.
En síntesis, se trata de observar el peso de cada una de estas agrupaciones en el desarrollo de las conductas más inadaptadas socialmente (agresividad proactiva y reactiva, victimización y consumo de sustancias).
La población muestral está formada por 762 adolescentes, de 12 a 16 años (M=13.66; DT= 1.34). Cursan la Educación Secundaria Obligatoria en centros públicos (48%) y centros privado-concertados por el Gobierno Valenciano (52%). En primer curso se encuentra el 32%, en segundo curso el 28.2%, en tercer curso el 16.3% y el cuarto curso el 23.5%. En relación con su lugar de procedencia, el 81.90% son españoles. El restante 18.10% se distribuyen en países latinoamericanos (13.40%) y, en menor medida, países de la Europa del Este y de la Europa Occidental, Oriente Medio, sudeste asiático y norte de África.
La evaluación se ajustó a las normas éticas, contempladas en el Acta de Helsinki (permisos de los centros, consentimiento informado del alumnado y de los padres, carácter voluntario, confidencialidad,..). El proceso de evaluación y la recogida de datos se desarrollaron el curso 2012-2013.
Las variables a estudiar han sido personales (conducta y tendencias prosociales, empatía, autoconcepto, agresividad, inestabilidad emocional y consumo de sustancias), variables del entorno familiar (estilos de crianza y relaciones paterno-filiales) y factores del entorno social (apego a pares, victimización y afiliación a pares rebeldes). Todas ellas se han obtenido a través de pruebas estandarizadas.
En general, los resultados, relativos a la crianza, indican que los chicos, en comparación con las chicas, perciben mayor control psicológico, basado en la culpa y las evaluaciones negativas. Los padres y madres contribuyen de forma diferente a la crianza. Al menos, así es percibido por los propios hijos e hijas (Laible y Carlo, 2004; Tur-Porcar et al., 2012). Las madres tienen mayor poder predictor en las conductas interiorizadas y exteriorizadas de los hijos (Choe et al., 2013; Dwairy et al., 2010; Rodriguez, Del Barrio y Carrasco, 2009).
Junto a ello, aparecen fuertes conexiones entre la agresividad de los adolescentes (en las tres modalidades) y la crianza del padre y de la madre. Estas relaciones son positivas con negligencia, control psicológico y permisividad de los padres y negativas con apoyo y comunicación. Además, a medida que van teniendo más edad, los adolescentes perciben menor apoyo y comunicación y mayor permisividad de los padres.
Se comprueba la importancia de los padres en la crianza, incluso en la adolescencia, aunque sea una etapa en la hijos e hijas buscan más autonomía (Eisenberg y Sulik, 2012; Lansford, Malone, Dodge, Pettit, & Bates, 2010; Laible, McGinley, Carlo, G., Augustine, & Murphy, 2014; Morris et al., 2007).
En relación con la agresividad y las diferencias entre colectivos, los chicos muestran mayor propensión a la agresividad reactiva, proactiva y física y verbal. La agresividad proactiva es más instrumentalista y premeditada, y persigue controlar el comportamiento de los demás. Mientras que la agresividad reactiva, es impulsiva, marcada por la reacción ante la provocación o amenaza percibida (Cui, Colasante, Malti, Ribeaud, & Eisner, 2016; Dodge y Coie, 1987; Rodríguez, Fernández, & Ramírez, 2009; Xie, Drabick, & Chen, 2011).Con todo, se empieza a hablar de comorbilidad entre ambos tipos de agresividad (Xie et al., 2011; Cui et al., 2016; Pang et al., 2013), porque en la adolescencia la agresividad suele producirse por cuestiones de ajuste concurrente. Se produce un desarrollo dual desde el final de la infancia a la adolescencia temprana (Card & Little, 2006; Cui et al., 2016).
Por otra parte, con la edad aumenta la agresividad y la afiliación a pares rebeldes (Dishion, Véronneau, y Myers, 2010) y ambas variables están muy relacionadas entre sí. El comportamiento exteriorizante problemático alude a la participación en actividades antisociales, tales como la agresividad y el uso de sustancias para adolescentes (Iacono, Malone y McGue, 2008). Además, como se ha comentado, con la edad los adolescentes perciben menor apoyo y comunicación y mayor permisividad de los padres. Todo ello, nos da un panorama poco halagüeño y ofrece argumentos para pensar que la adolescencia media es una etapa especialmente conflictiva y de riesgo.
En cualquier caso, el consumo de sustancias está relacionado con la crianza y, sobre todo, con la agresividad y las relaciones con los pares (apego y afiliación a pares rebeldes). Con todo, en el consumo de sustancias parece tener más peso los factores de socialización, a través de los procesos de selección y de socialización de los adolescentes (Samek et al., 2016), fundamentalmente en la adolescencia media (Monahan, Steinberg, & Cauffman, 2009). En este sentido, podemos concluir sobre las conexiones entre los problemas exteriorizantes y la afiliación a pares rebeldes (Dishon, Véronneau & Myers, 2010; Gardner & Steinberg, 2005) y, con ello, el incremento del riesgo de consumo de sustancias (Negriff y Trickett, 2012).
En relación con la victimización de los adolescentes, a la vista de los resultados no parecen haber diferencias significativas entre chicos y chicas. La investigación precedente ha mostrado resultados contradictorios. No obstante, parece que los chicos sufren mayor victimización, aunque estas diferencias tienden a desaparecer cuando las personas están involucradas en varios tipos de victimización (Romano, Bell, & Billette, 2011). Parece ser que las diferencias se producen cuando se analizan diferentes tipos de victimización, los varones eran más propensos a experimentar victimización múltiple (Finkelhor, Ormrod, & Turner, 2007), mientras que las mujeres tienden a sufrir mayor victimización relacional, como hostigamiento y exclusión social (Craig & Pepler, 2003).
Por lo que se refiere a las conductas prosociales y la empatía los resultados muestran un patrón diferencial para varones y mujeres adolescentes. Las mujeres obtienen mayores puntuaciones en empatía y conductas prosociales (Dávila et al., 2011; Eisenberg et al., 2006; Mestre et al., 2009), con la excepción de las tendencias prosociales públicas, donde los varones están por encima (Carlo, Knight, McGinley, Zamboanga, & Jarvis, 2010; Carlo et al., 2014).
En síntesis, podemos concluir que los pares son fundamentales tanto en el desarrollo de conductas exteriorizantes, como en el inicio y mantenimiento del consumo de sustancias en la adolescencia. Los padres continúan teniendo un papel primordial en el desarrollo de los hijos adolescentes, aunque los hijos soliciten mayor autonomía (Morris et al., 2007). La comunicación fluida paterno-filial, basada en apoyo y calidez continúan siendo factores protectores para el desarrollo equilibrado de los hijos (Leiber et al., 2009; Barnhart et al., 2013; Carlo et al., 2011, Crandall et al., 2015). A la vez, son inhibidoras de conductas exteriorizantes y del consumo de sustancias (Mason, Russo, Chmelka, Herrenkohl, & Herrenkohl, 2017).Adolescence is the evolutionary stage of transition between childhood and adulthood. This period is accompanied by physiological, cognitive and social transformations, which expand the capacity to analyze and understand more complex processes, as well as the needs of expanding social relations.
From the perspective of Cognitive Social Theory and Positive Psychology, emphasis should be placed on personal factors that stimulate social adaptation. However, at this stage, the adolescent is faced with personal and social conflicts, because of the new demands and new needs (Marina, Rodríguez & Lorente, 2015, Oliva et al., 2010, Viejo & Ortega-Ruiz, 2015). In this line, attention must be pay to personal protection factors inhibiting antisocial behavior.
According to Bandura (2011), people act in the environment and the environment influences them, in a process of mutual interaction. In addition, the construction of the person, as an active being that processes information, leads to the principle of individual differences.
This research aims at analyzing the relationships between personal, family and social mechanisms, enhancers and inhibitors of socially adapted behaviors. Personal mechanisms include empathy, prosocial behaviors, self-concept, stress coping strategies, aggressive - proactive, reactive and physical and verbal -, emotional instability and substance use. Family mechanisms are, among other, the parenting styles and the paternal-filial relationships. Finally, social mechanisms include attachment to peers, victimization and affiliation to rebel peers.
To sum up, we will observe the weight of each of these groups in the development of the most socially unsuitable behaviors (proactive and reactive aggression, victimization and substance use).
The sample population consists of 762 adolescents, from 12 to 16 years old (M = 13.66; DT = 1.34). They attend Secondary Education in public centers (48%) and private-concerted centers by the Valencian Government (52%). Regarding their place of origin, 81.90% are Spanish. The remaining 18.10% are distributed in Latin American countries (13.40%) and, to a lesser extent, in Eastern Europe and Western Europe, the Middle East, Southeast Asia and North Africa.
In general, parenting results indicate that boys, compared to girls, perceive greater psychological control, based on guilt and negative evaluations. The father and the mother contribute differently to parenting. At least, this is perceived by the children themselves (Laible & Carlo, 2004, Tur-Porcar et al., 2012). Mothers have greater predictive power in children's internalized and externalized behaviors (Choe et al., 2013, Dwairy et al., 2010, Rodríguez et al., 2009).
In this sense, there are strong connections between the aggressiveness of the adolescents (in the three modalities) and the raising of the father and the mother. These relationships are positive with neglect, psychological control and permissiveness of parents and negative with support and communication. In addition, as they get older, adolescents perceive less support and communication and greater parental permissiveness. Thus, the importance of parents in parenting, even in adolescence, is verified, even the grater autonomy of the sons and daughters (Eisenberg and Sulik, 2012; Lansford, Malone, Dodge, Pettit, & Bates, 2010; Laible, McGinley, Carlo, Augustine, & Murphy, 2014; Morris et al., 2007).
In relation to aggressiveness and differences between groups, boys show a greater propensity for reactive, proactive, and physical and verbal aggressiveness. Proactive aggressiveness is more instrumental and premeditated, and seeks to control the behavior of others. While reactive aggressiveness is impulsive, marked by reaction to perceived provocation or threat (Cui, Colasante, Malti, Ribeaud, & Eisner, 2016, Dodge and Coie, 1987, Rodríguez, Fernández, & Ramírez, 2009; Drabick, & Chen, 2011).
On the other hand, the more age, the more aggressiveness and the affiliation to rebel peers (Dishion, Véronneau, and Myers, 2010) and both variables are closely related. The problematic exteriorizing behavior refers to participation in antisocial activities, such as aggression and substance use for adolescents (Iacono, Malone & McGue, 2008). Additionally, while they grow up, adolescents perceive less support and communication and greater permissiveness of parents. All this gives us an unflattering picture and offers arguments to think that the middle adolescence is a particularly conflictive and risky stage.
In any case, substance use is related to upbringing and, above all, to aggression and peer relationships (attachment and affiliation with peers). Socialization factors seem to be more important in substance use, through the processes of selection and socialization of adolescents (Samek et al., 2016), mainly in the middle adolescence (Monahan, Steinberg, Cauffman, 2009). In this sense, there seems to be connections between exteriorizing problems and affiliation with rebel peers (Dishon, Véronneau & Myers, 2010; Gardner & Steinberg, 2005) and, with it, increased risk of substance use (Trickett, 2012).
Regarding the victimization of adolescents, in the light of the results there do not seem to be significant differences between boys and girls. Previous research has shown contradictory results. However, it appears that children suffer greater victimization, although these differences tend to disappear when people are involved in various types of victimization (Romano, Bell & Billette, 2011). The differences occur when different types of victimization are analyzed: males were more likely to experience multiple victimization (Finkelhor, Ormrod & Turner, 2007), while women tend to suffer greater relational victimization, such as harassment and exclusion (Craig & Pepler, 2003).
As far as prosocial behavior and empathy are concerned, the results show a differential pattern for male and female adolescents. Women score higher on empathy and prosocial behavior (Dávila et al., 2011, Eisenberg et al., 2006), with the exception of public prosocial tendencies, where men are above (Carlo, Knight, McGinley, Zamboanga, & Jarvis, 2010; Carlo et al., 2014).
In summary, we can conclude that the pairs are fundamental both in the development of exteriorizing behaviors, and in the initiation and maintenance of substance use in adolescence. Parents continue to play a fundamental role in the development of adolescent, although they request greater autonomy (Morris et al., 2007). Fluent paternal-filial communication, based on support and warmth, continue to be protective factors for the balanced development of children (Leiber et al., 2009; Barnhart et al., 2013; Carlo et al., 2011, Crandall et al., 2015). Simultaneously, they are inhibitors of exteriorizing behavior and substance use (Mason, Russo, Chmelka, Herrenkohl & Herrenkohl, 2017).
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