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El cine, y en concreto el cine mainstream, constituye un pilar fundamental en las estructuras culturales pero también sociales y económicas a través de las cuales el sistema capitalista se representa a sí mismo. En el contexto de un mundo globalizado, la industria cultural estadounidense parece ocupar un papel central en la conformación de imaginarios colectivos a escala mundial. Imaginarios que, al fin y al cabo, constituyen el sistema axiológico que propone formas de vida concretas. En el marco de lo que Žižek (2009) denominaría “capitalismo cultural”, el cine hollywoodense constituiría un elemento de mediación y conformación del sujeto a través del consumo de un tipo de bienes culturales aparentemente desideologizados que, sin embargo, tendrían un papel fundamental en la reproducción social del sistema.
En los últimos tiempos, el género de la distopía ha copado buena parte de la producción cinematográfica mainstream, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. La preferencia por este género como modo de expresión de un temor o descontento compartido en la sociedad es un suceso recurrente en la historia del capitalismo, en el que las crisis se constituyen como momentos traumáticos en los que se visibilizan las costuras del sistema, sus contradicciones. En el caso que nos ocupa, tomaremos como ejemplo la tetralogía cinematográfica Los Juegos del Hambre (Ross, 2012; Lawrence, 2013; 2014; 2015). La saga –inscrita dentro de lo que hemos denominado como cinematografía mainstream– parece funcionar en forma de borrado o reetiquetado de las demandas populares nacidas tras la Crisis de 2008. Sobre la base de la posibilidad de consolidación distópica de nuestro presente, la tetralogía nos propone una lectura pesimista en la que la única alternativa a esto es un retorno al pasado o, en otras palabras, un cierre del sistema sobre sí mismo.
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