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Tras cuarenta años de recorrido globalmente exitoso, la democracia
española y su Constitución de 1978 presentan, por primera
vez, unos claros síntomas de agotamiento que han llevado a que
exista un cada vez más generalizado consenso respecto de la
conveniencia de una reforma que dé nuevo vigor y mayor legitimidad
democrática al orden constitucional español. El problema
más acuciante al que habría de hacer frente esta reforma, vinculado
a la crisis constitucional desatada por la incapacidad para
arbitrar dentro de los límites del actual marco las pretensiones
de nuevo acomodo respecto de España que en los últimos años
ha acabado por abrazar una parte cada vez mayor de la sociedad
catalana (que, incluso, ante esta incapacidad, se manifiesta partidaria
de la independencia en proporciones crecientes), tiene
que ver con la resolución de la cuestión territorial. Una cuestión
que, sistemáticamente, ha resultado conflictiva en todos los
períodos de constitucionalismo democrático en España y que
tampoco la Constitución de 1978 logró resolver o cerrar definitivamente.
Sin embargo, las condiciones estructurales existentes
en la actualidad en la España de 2018, tanto jurídicas como políticas,
permiten aventurar que la reforma constitucional en estos
momentos posible dista de coincidir con la que sería necesaria
para aspirar a resolver este conflicto.
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