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El retrato de la sociedad del Siglo XXI, líquida (en el sentido baumaniano del término), del miedo y del riesgo, ha favorecido una 'licuefacción' de la Justicia penal clásica. La globalización, la aparición de nuevos protagonistas supranacionales e internacionales, la pérdida de soberanía estatal, el creciente papel de la Policía, la profusión de la delincuencia organizada e internacional, el encumbramiento del mercado como controlador del poder político, el discurso del miedo, del orden y la seguridad, han transformado la Justicia penal. Se ha producido un desequilibrio entre la libertad individual y la seguridad a favor de la segunda, con un derecho penal omnipresente, y una tendencia al reduccionismo procesal penal, el impulso de los acuerdos, pactos, salidas del proceso y una clara aplicación de un sistema penal y procesal penal de varias velocidades ( uno para 'nosotros' y otro, más duro, para 'los otros').
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