|
Si puede considerarse el siglo XV como el comienzo de la diplomacia, cabe interrogarse sobre el papel de las artes y de los artistas en el marco de las relaciones internacionales europeas, asunto sobre el que se ha detenido la historiografía de la Edad Moderna. Un encuentro internacional como el que tuvo lugar en Perpiñán en 1415 ofrecía ocasiones para los intercambios de obras, de artistas y de modelos, cuya circulación se beneficiaba de la convergencia de grandes personajes de la política y de la Iglesia en una ciudad durante unas jornadas de convivencia y negociación. Las legaciones portaban consigo un equipaje abultado y variopinto, compuesto por el ajuar necesario para el traslado temporal de la residencia, las galas de los eventos y también por los regalos que se intercambiarían. Para ocuparse de ellos y de la ceremonia del encuentro eran requeridos artífices que habían manufacturado o debían poner a punto objetos de carácter mueble y podían llegar a intervenir como sujetos de intercambio de piezas de especial interés o valor. Como no existían las embajadas permanentes, los encuentros de monarcas eran una ocasión, hasta cierto punto excepcional, que debía ser preparada con antelación y esmero, celebrada, conmemorada y realzada con la retórica de la palabra no menos que con la cultura visual de aquel tiempo.
Las funciones del arte en esta época son bien conocidas, pero conviene precisar cómo se integraron en unas relaciones diplomáticas que cobraban carta de naturaleza en el siglo XV. Se sabe de la importancia que el retrato, la genealogía, las imágenes históricas, los tapices, la miniatura, los blasones y los objetos de arte tenían en las embajadas, ya para honrar la amistad principesca, ya para entablar negociaciones difíciles de un tratado de paz o un matrimonio real. En tales circunstancias, cabe pensar que el sentido funcional (performativo) de los objetos y su portabilidad contaban tanto o más que su valor intrínseco. El estudio de las piezas induce a reconstruir la vida de las cosas, el cambio de manos, los mecanismos de circulación y las condiciones en que se conservaron. Es preferible referirse a la portabilidad de los objetos que a su movilidad, ya que el primer concepto incluye los cambios de significado en relación a uno o varios contextos de representación y esta era una condición frecuente en las relaciones diplomáticas. ¿Cómo desempeñaron su papel las obras, los patronos y los artistas en estos intercambios? ¿De qué modo los poderes políticos y eclesiásticos se sirvieron de las obras de arte, de las técnicas, de los artistas y de los marchantes para negociar con aliados y potencias rivales? ¿Cómo han favorecido los encuentros internacionales las transferencias artísticas entre los centros de poder de la Europa cristiana? ¿Es posible formular alguna hipótesis sobre el arte y los artistas como agentes de la construcción de una identidad nacional avant la lettre en el seno de la Cristiandad europea, puesto que ciertas manufacturas recibían el nombre indicativo de su procedencia? Estas preguntas son de especial interés en un período caracterizado por la transferencia de modelos, técnicas y artífices en toda Europa, con consecuencias decisivas para poner las bases de una cultura artística internacional, vinculada a la vida de corte y a los centros de poder de príncipes y prelados.
|