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La memoria cultural ha fijado una imagen de Julio Cortázar como un escritor vinculado a las luchas políticas de los años sesenta, setenta y ochenta y a los imaginarios revolucionarios que las sostuvieron y muy especialmente a causas como las revoluciones cubana y nicaragüense y la denuncia de la represión militar en las dictaduras de los setenta en el Cono Sur. Pero esa versión
conscientemente politizada de su trabajo literario, leída a menudo a partir del concepto ambiguo e insuficiente de ‘compromiso’, entró en conflicto en un primer momento con la idea de la literatura que, hasta el quiebre de los años sesenta, había construido el propio Cortázar. Efectivamente, cuando en contacto con la revolución cubana abrazó públicamente la causa socialista y,
con ella, una transformación en su autorrepresentación como escritor, ya había elaborado lentamente una ideología literaria que, en cierto modo, se vería obligado a desmontar y redefinir, para tratar de adecuar los textos escritos desde su interior –muchos de ellos, los más comentados y apreciados de su producción literaria– a los argumentos que implicaba ese quiebre definitivo1.
El Cortázar anterior a la politización de los sesenta construyó su idea de escritor y sus poéticas en el interior de una concepción diferente de laliteratura (Orloff, 2014; García, 2015). Lo hizo de un modo complejo y nada convencional, en un recorrido que le llevó desde Presencia (1938) a Rayuela (1963), pasando por Los reyes (1949), a construir una posición como escritor y como intelectual que implicaba una concepción sobre la naturaleza, el funcionamiento y la función de la literatura. O, al menos, como se verá, dos
grandes ideas-eje sobre la literatura que, no sin contradicciones, iban a vertebrar su escritura. Este trabajo trata de rastrear las primeras articulaciones de esa concepción de la literatura en la obra de Cortázar y de proponer algunas hipótesis históricas y culturales para situarlas en perspectiva.
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