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Tras las Conferencias de Bremen de Martin Heidegger y, más aún, tras los escritos de Hannah Arendt, el nacionalsocialismo ha sido reinterpretado como revelador de la modernidad técnica hasta el punto de que la institución nazi de los campos de concentración y exterminio se ha visto erigida en paradigma de esta modernidad. Esta visión, que podría llamarse posmoderna, de la historia del siglo xx merece ser cuestionada.1 ¿Cómo es posible que la obra de Heidegger, ese profesor y rector nacionalsocialista a quien se le prohíbe enseñar en 1945, haya tardado tanto tiempo en ser reconocida como un caso ejemplar, dentro del campo filosófico, de la visión del mundo o Weltanschauung nacionalsocialista que sus escritos elogian?2 ¿Y cómo es que su pensamiento ha sido considerado, por el contrario, como una fuente de inspiración para «pensar» el nazismo? ¿De qué recepción se ha beneficiado para que, en lugar del pensador nazi que evidentemente era, se le confiriera el estatus de pensador del nazismo, lo cual es una cosa bien distinta?
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