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Al final de la Edad Media, el territorio valenciano se puebla de multitud de cruces de piedra, que se erigen en los caminos de acceso a pueblos y ciudades. La constante presencia de una imagen estante de la Virgen con el Niño distingue a este conjunto del de cualquier otra región europea. No obstante, el origen de estas obras habría que buscarlo en la Grecia antigua. Así como celebraciones cristianas se superpusieron a fiestas paganas, Cristo crucificado sustituyó a Mercurio como dios de los caminos, aún evocado por Alciato en el siglo XVI, y cruces de piedra se elevaron sobre hitos de la Antigüedad, cuya sacralidad y trascendencia fue cristianizada y asimilada por la religiosidad popular. Los caminos y sus encrucijadas, considerados como espacios liminales, han requerido de una especial protección frente a lo desconocido, el más allá, e igualmente frente a los peligros terrenos. El miedo a morir en pecado y la consiguiente condenación, que embarga a la Baja Edad Media, hereda los temores antiguos y no es casualidad que sea precisamente entonces cuando nace del purgatorio. Fuera de las ciudades, las cruces despiden a quienes se aventuran a emprender un viaje y se pueblan de santos protectores, entre los que sobresale la Madre de Dios, la mediadora.At the end of the Middle Ages, the Valencian territory was populated with a multitude of stone roadside crosses, that were erected along the access roads to towns and cities. The constant presence of a standing image of the Virgin with Child distinguishes this collection from the crosses of any other region in Europe. However, the origin of these works must be sought in ancient. Thus as Christian celebrations they superimposed themselves on pagan festivals, Christ crucified replaced Mercury as the god of roads. Alciato continued to evoke this image even in the sixteenth century, and roadside crosses rose on landmarks of Antiquity, whose sacredness and importance were Christianized and assimilated by popular religion. The roads and their crossroads, considered like liminal spaces, have required a special protection against the unknown, the other world, and likewise against earthly dangers. The fear of dying in a state of sin and the consequent damnation, that overwhelmed the lower Middles Ages, inherited the ancient fears and it is not a coincidence that purgatory was born in those days. Outside the cities, the crosses bid farewell to those who venture to embark on a trip and they were covered with protective saints. The Mother of God, the mediator, was the most prominent among them.
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