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Ha existido una evolución desde la tercera misión de la universidad preconizada por la Triple Hélice (ver trabajos de (Henry Etzkowitz & Leydesdorff, 2000), como elemento de transferencia de tecnología a la sociedad, en forma de convenios y contratos (ejemplo, Shane, 2002), licencias de patentes (ejemplo, Agrawal & Henderson, 2002) o incluso relaciones informales entre la industria y la empresa (David B Audretsch & Feldman, 1996), si bien tal y como resaltan D'Este & Patel (2007), la parte del emprendimiento es, precisamente, la menos utilizada por los académicos y la que forma parte principal del actual modelo dentro de la universidad emprendedora. Así, en su artículo sobre la evolución del papel de la universidad, Audretsch (2014) postula que el objetivo de la «universidad emprendedora» corresponde a una universidad concebida para la sociedad del emprendimiento, yendo más allá de la simple transferencia de tecnología y de la tercera misión. Dicho salto cualitativo entiende que la universidad debe contribuir a resolver problemas sociales, crear pensamiento emprendedor, acciones e iniciativas concretas, fomentar nuevas instituciones para canalizar dicha transferencia y formar lo que Audretsch, Keilbach, & Lehmann (2006), llaman «capital emprendedor», enfocado sobre todo al cambio desde una economía intensiva en industria hacia una economía intensiva en conocimiento. De manera similar, dicho constructo enlaza con Guerrero, Urbano, Cunningham, & Organ (2014), que definen la universidad emprendedora como una incubadora que provee soporte para que la comunidad universitaria explore, evalúe y explote ideas que puedan transformarse en iniciativas sociales y emprendedoras.
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