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Dicen que resulta fácil hablar de aquellos que no están ya entre nosotros y que, además, en el caso de España, es aún más sencillo porque siempre se habla bien. Quizás yo sea la excepción a esa regla que se apunta general, porque aún hoy, confrontar sobre el papel la figura y el recuerdo de mi amigo José Luis Iglesias Buhigues, me genera un enorme dolor y un gran pesar; la presencia constante de su ausencia no ha hecho sino agrandarse con el transcurso de los meses, como lo ha hecho, también, su imagen y su recuerdo. Todas las personas somos una y varias a la vez. También José Luis es uno y varios a la vez, y aunque diverso en las distintas facetas de su vida, en todas ellas se hacen patentes tres rasgos que lo definen: su intransigencia con la injusticia, su amor sin frenos ni límites al proceso de integración europea, y su enorme bondad, en el sentido más noble de la palabra. José Luis Iglesias Buhigues nació en el popular barrio del Grao de Valencia el 16 de febrero de 1940. El orgullo de su origen marcó su forma de ser y de aproximar la vida, tanto en el plano personal como profesional. Vital, jovial, abierto y generoso, a la vez que profundamente tímido y celoso de su intimidad, fue siempre consciente de que el éxito se cimenta desde el esfuerzo y la dedicación decidida y honrada a lo que uno desea, y que los atajos, obtenidos o regalados, no siempre aseguran la plenitud, especialmente, en el plano académico.
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