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Aunque Descartes pretende hablar de cuestiones morales en general, y de las pasiones en particular, como si nadie hubiera escrito antes sobre ellas, lo cierto es que, en el caso de la admiración, es clara su referencia al mundo antiguo. En concreto, en este caso el pensador francés se sitúa críticamente en contra de la postura aristotélica, que entiende la admiración como el inicio de la filosofía. Frente a la propuesta clásica, que convierte dicha emoción en el motor permanente de la investigación de las primeras causas, para Descartes la curiosidad excesiva y el estupor del asombro son rechazables. No obstante, algunos han señalado el carácter ambivalente de las declaraciones cartesianas. No en vano la admiración es no sólo la primera de las pasiones, sino también un componente fundamental de todas ellas. Y si bien en el campo del conocimiento debe superarse, en otros ámbitos, como el de la contemplación de la divinidad o en el goce de la libertad de la voluntad humana, tal desdén desaparece. En ese sentido, pretendemos explorar el modo en que Descartes separa admiración y conocimiento para luego reivindicar su importancia en el plano práctico.
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