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El desplazamiento es inherente al ser humano, ya sea en el seno de poblaciones nómadas o sedentarias, sea aquel voluntario o forzoso debido a peligros provocados por conflictos de todo tipo, a los efectos del clima, o por cualquier otro motivo. Así ha sido a lo largo de nuestra historia, una llena de migraciones continuadas que han ido configurando y que siguen dando forma a las sociedades en las que hoy nos hallamos. Ello, no obstante, se halla en tensión con el concepto de territorialidad que pretende explicar la voluntad humana de dominar el espacio, y con el motivo de pertenencia a un grupo determinado, todo lo cual motiva respuestas diferentes en el momento de acoger a las personas recién llegadas por parte de la población autóctona. La migración es una característica definitoria de Europa, tanto en aquellos periodos con desplazamientos dentro del propio continente o hacia otros lugares, como actualmente, un momento en el que se ha convertido en destino de millones de personas. La acogida de la ciudadanía y de las instituciones comunitarias y de cada país en particular nos muestra síntomas de sociedades y aparatos políticos receptivos con quien se parece, es decir, con quien es semejante en apariencia física y en cultura a la sociedad nativa, mientras que el rechazo predomina cuando la persona recién llegada parece distinta, o lo que es lo mismo, difiere en alguna de sus características físicas más visibles. La respuesta actual de las sociedades e instituciones en la Unión Europea con respecto al desplazamiento causado por el conflicto en Ucrania es un claro ejemplo de ello.
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