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Desde su inicio en 2011 Atirohecho ha buscado interpelar al público, hacerle reflexionar, hacer perceptible la estructura social real, con «coreografías, coros, panfletos, guitarras, mucha pedagogía y emoción política». Y no sólo eso, también la genealogía misma, tanto de las estructuras de opresión capitalista, incluyendo ese epifenónemo que es el machismo, como de las luchas presentes y, al hacerlo, mostrar la vigencia de los antiguos discursos porque no han desaparecido las razones que los motivaron. Esta propuesta teatral nace con el propósito ¿con el deseo¿ de que el teatro pueda contribuir a una toma de conciencia que lleve a la acción. Y ello sin ingenuidad. A lo largo de los años y de los montajes, además, han consolidado su lenguaje escénico y su conciencia social ha acabado por abarcar también su propia posición problemática como creadores. Explicitarla parece ser entonces la única manera de poder sostener la legitimidad del discurso y de la toma de posición. En cualquier caso su teatro es un buen ejemplo de que la representación de las luchas del pasado no implica necesariamente su neutralización en la alteridad o la melancolía.
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