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For several decades, both doctrine and jurisprudence have referred to cosmetic surgery as a form of the practice of what is known as “satisfying medicine”. For a long time, this denomination had a very pronounced practical sense that allowed a double standard to be established when it came to assessing medical acts culpably. This was more rigorous for “curative medicine” than for its counterpart, the so-called “care” or “curative” medicine. Welfare medicine used to be subject to an obligation of means on the part of the physician, whereas the obligation of result on the part of the patient in the case of curative medicine used to be subject to an obligation of result on the part of the same subject. Welfare medicine was equated with a contract for services, while the contract of performance was equated with a contract for the lease of work. The concept of need or illness was attached to the medical care, while the concept of whimsy and chrematistic business was attached to the medical care. Nowadays, it may no longer make sense to maintain this distinction, even for rhetorical or dialectical purposes, because, from a technical-legal point of view, it has no raison d’être. This is made clear by the First Chamber of the Supreme Court in its judgment 828/2021, of 30 November, in its ruling on an appeal in cassation against a decision of the Provincial Court of Alicante, in relation to a cosmetic surgery operation consisting of the insertion of breast implants. According to the judgement under discussion, any obligation arising from medical acts, both in cosmetic surgery and in curative medicine, is an obligation of means. The relatively recent doctrine of “disproportionate damage”, which has served as a basis for the conviction of some doctors when the origin of the damage suffered by their patient was not clear, cannot be applied to uphold claims against doctors when the damage was foreseen and has a technical or scientific explanation. All the more so if such harm had been “accepted” as possible by the patient in the informed consent signed prior to the surgical intervention. It can be said that in the evolution of the Supreme Court’s jurisprudence on medical liability, three periods can be distinguished: a first classical period that lasted until the end of the 20th century; a second, more severe and patient protectionist, during the last decade of the 20th century and the first few years of the 21st century; and a third that began a few years ago, in which positions with classical foundations, but with modern arguments, have been taken up again; Desde hace varias décadas, tanto la doctrina como la jurisprudencia se han referido a la cirugía estética como una forma de ejercicio de la llamada “medicina satisfactiva”. Durante bastante tiempo, esta denominación tuvo un sentido práctico muy acusado que permitió establecer un doble rasero a la hora de valorar culpabilísticamente los actos médicos. Más riguroso para la medicina satisfactiva que para su contrapunto, la llamada medicina “asistencial” o “curativa”. A la medicina asistencial se le solía anejar una obligación de medios por parte del facultativo, mientras que a la satisfactiva una obligación de resultado, respecto del mismo sujeto. A la medicina asistencial se la equiparaba con el contrato de servicios, mientras que a la satisfactiva con el arrendamiento de obra. A la medicina asistencial se le aparejaba un concepto de necesidad o enfermedad, mientras que a la satisfactiva el de capricho y negocio crematístico. Actualmente, la distinción quizá ya no tenga sentido mantenerla ni siquiera a los efectos retóricos o dialécticos; pues, desde el punto de vista técnico-jurídico, carece de razón de ser. Así lo pone de manifiesto la Sala Primera del Tribunal Supremo en su sentencia 828/2021, de 30 de noviembre, al resolver un recurso de casación interpuesto contra una resolución de la Audiencia Provincial de Alicante, relacionada con una intervención de cirugía estética consistente en la colocación de unos implantes mamarios. Según la sentencia que se comenta, toda obligación derivada de los actos médicos, tanto en la cirugía estética como en la medicina curativa es una obligación de medios. La relativamente reciente doctrina del “daño desproporcionado”, que ha servido para fundamentar la condena de algunos médicos cuando no estaba claro el origen del daño sufrido por su paciente, no se puede aplicar para estimar las demandas contra los facultativos cuando el citado daño hubiese sido previsto y tenga una explicación técnica o científica. Máxime, si tal daño había sido “aceptado”, como posible, por el paciente en el consentimiento informado firmado antes de la intervención quirúrgica. Se puede decir que en la evolución de jurisprudencia del Tribunal Supremo respecto de la responsabilidad médica se pueden distinguir tres épocas: una primera clásica que discurrió hasta finales del siglo XX; una segunda más severa y proteccionista del paciente, durante la última década del siglo XX y los primeros lustros del siglo XXI; y
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