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La consideración del PIB como un buen indicador del bienestar económico ha quedado superada desde que, en los años setenta, comenzase a cuestionarse su valor omnipotente para reducir la pobreza y lograr el desarrollo. Como consecuencia, a lo largo de estas décadas han proliferado los trabajos académicos que analizan las limitaciones de dicho agregado para reflejar la realidad. Asimismo, se han creado nuevos indicadores que, a través de distintas aproximaciones, tanto objetivas como subjetivas tratan de perfilar el bienestar económico de las sociedades. Sin embargo, y a pesar de la profusión y calidad académico-científica de muchos de estos trabajos y del aparente consenso de necesidad de mejora, ninguno de ellos ha conseguido allanar el camino para ser utilizado por organismos internacionales, gerentes económicos y políticos y, en definitiva, por la sociedad, como indicador de análisis comparado sincrónico y diacrónico, del mismo modo que lo ha hecho el PIB
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