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La economía carismática española
fue singular; no por la impotencia de un aparato de propaganda
ni por la (quizá obvia) inconsistencia de los líderes que absorbieron
la empresa; lo fue sobre todo por la estructura en la que
se insertaba la dualidad de sus protagonistas: Franco y José Antonio.
Las dos tentativas de elevarlos al altar de la nación están horadadas por una barrena y el intento tiene la virtud de exhibir las
fisuras. Quizá se deba al protagonista, acaso a la estructura misma
del poder, tal vez al programa (o a su ambigüedad); no es impensable
que obedezca a la irrelevancia (impertinencia, más bien) de
los movimientos de masas para un periodo de guerra en fase terminal
y, con mayor razón, para la posguerra. Por muchos que fueran
los ensayos, Franco sólo hallaría su comodidad escenográfica
y carismática en el seno de los desfiles militares, las misas, las inauguraciones
y los actos protocolarios de origen real. Una sola
construcción habría de consumarse con los años: la del Franco
abuelo, vestido de paisano, entregado a inauguraciones compulsivas,
bonachón, cineasta amateur, apasionado de la caza y la pesca.
NO-DO comenzó a difundir este icono en los años cincuenta y lo
llevó al éxtasis, en estrecha colaboración con la televisión, en el curso
de la década siguiente. José Antonio fue, por contra, el difunto, el héroe caído y, no en mejor medida, el soporte del duelo que los movimientos de masas del período de entreguerras habían impuesto.
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