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Arrebato es una película
surcada por el objeto cine, una película que habla del
propio cine. En este sentido, demuestra su cultura y su
conocimiento, sus manías y sus devociones. El cine,
pues, se pasea por Arrebato o, mejor, lo atraviesa. Y lo
hace de muchas maneras: comno efecto temático, pues se
trata del oficio de su protagonista -José Sirgado-; como
decoración, ya que numerosos carteles visten las paredes
de las habitaciones o de la sala de montaje (el mismo
lván Zulueta fue diseñador de bellos carteles del cine
español); también es el cine un ambiente que ilumina el
paseo nocturno de Eusebio Poncela a lo largo de la cartelera
madrileña: Quo Vadis, Supennan, El humanoide, El
cazador, Phantasma, hasta Bambi, ese cuento inolvidable
en technicolor, puntúan su trayecto automovilístico
apenas comenzada la proyección y crean un cálido y
equívoco ambiente. Todavía de modo más relevante, el
cine está presente en Arrebato como cita permanente,
como referencia o, en ocasiones, como caprichosa alusión
o guiño: desfilan, así, ante nosotros con mayor o
menor funcionalidad encuadres y fragmentos que recuerdan
los labios de Charles Foster Kane, el enigmático
monolito de 2001, la caída mortal de Janet Leigh en
Psicosis, el frontispicio de Metropolis, la cruz de San
Andrés que precede a los asesinatos en Scarface, ..
Pero sobre todo
el cine asalta Arrebato
de un modo más intenso y radical: en su vertiente cruel,
vampírica, absorbiendo la vida, aniquilando a los personajes,
devorándolos. Así, aquella mirada a cámara que
lanzara la vampiresa en el arranque del film habrá de
transformarse en gloriosa metáfora de toda su continuación.
Tal hecho queda manifiesto en la simetría que
guarda este fragmento con los fotogramas en blanco y
negro que cierran tanto la película como la absorción
definitiva del protagonista.
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