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La revisión somera de las imágenes cinematográficas que tratan de Valencia
y su región por los dos bandos revela la heterogeneidad de la propaganda
de ambos y de algunos de los credos que habitaron entre los muros de la República.
Sin embargo, la pregunta clave que el historiador precisa hacerse es:
¿qué documenta el cine cuando muchas de estas cosas ya las conocemos por
otros medios? La ambigüedad se impone en este punto, puesto que habitualmente
el cine todavía no ha ascendido a la condición de documento único y se
mantiene, por el contrario, en el estatuto secundario de ilustración, como ya
denunció Peter Burke (2005) para la imagen pictórica tiempo atrás.
Por una parte, el cine fue un instrumento de propaganda de primera magnitud
y, por esta razón, agente del combate en el orden de los discursos. Por
otra, su papel no puede concebirse añadido ni separado a la fotografía, la
prensa ilustrada o la cartelística porque a menudo sus interrelaciones son muy
relevantes, dada la coyuntura histórica de los medios de comunicación en los
años treinta. Se impone, en este sentido, un análisis de lo que hemos denominado
"migración de imágenes" entre medios distintos, no sólo de aquéllas que
se repiten o se emparentan, sino también de aquéllas que se citan o se aluden, se
contrarrestan o se falsean.
Sin embargo, las imágenes cinematográficas conservadas del periodo de
guerra son documentos equívocos que requieren la elaboración de una crítica
de fuentes semejante en rigor a la que reclaman y practican los historiadores
con larga tradición a los documentos escritos. Esta labor está todavía en mantillas.
Instrumento de agitación, el cine posee una capacidad especial para enraizarse
en las emociones y sustentar símbolos. Su capacidad narrativa (incluso en
el cine documental) y su poder de fijación memorística avalan esta función. Y
esto dista un abismo de la mera ilustración.
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