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En suma, la puesta en cuestión que Mankiewicz hace de la representación clásica parte de lo siguiente: resquebrajada la norma verosímil del espectáculo cinematográfico, proclamada la distancia del discurso a la historia, deshecha la tríada verosimilitud-punto de vista-identificación, Mankiewicz procede a la disolución de la noción de punto de vista narrativo en la medida en que la regulación del montaje (tanto narrativo como de ubicación, angulación, escala, etc. de los plano) pasa a ser decisiva en su indecisión. Decisiva para el análisis del modelo de representación que la quiere decisiva y que Mankiewicz debilita hasta hacerla desaparecer. Es, pues, el off, el fuera de campo, lo que adquiere el valor nodal en La huella; este off que representa el supremo imperio del sujeto de la enunciación y que todos los directores de escena representados en el interior del film poseen como atributo de su dominio. En la elipsis, sí, está el engaño y la ocultación, en la máscara también. Pero no menos se agazapa en esta escena que, por encubrimiento de su enunciador, se muda siempre en un off a pesar de permanecer siempre visible. Lo visto -este índice de veracidad en nuestro mundo occidental- es tan engañoso como lo oculto porque las manos que lo estructuran jamás -aunque presentes- pueden evitar ser engañosas. Lo visual --decimos de nuevo-- es fraudulento, pero sus consecuencias son fatídicas. Fatídicas... hasta que cae el telón.
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