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Los rasgos que definen las relaciones comerciales españolas actuales empiezan a configurarse a partir de la década de los años 50. La puesta en marcha del Plan de Estabilización de 1959, las actuaciones de organismos internacionales (F.M.I., O.M.C, etc.) y el proceso de integración en la C.E.-U.E., han dado como resultado la liberalización comercial y, al mismo tiempo, una especialización basada en el aprovechamiento de ventajas comparativas y del comercio intraindustrial. Paralelamente la balanza comercial es deficitaria debido a factores que inciden en un creciente volumen de importaciones, que ya de por sí es elevado, y la imposibilidad de aumentar las exportaciones a un ritmo superior al de las compras exteriores. La competitividad española, por lo general baja, se configura como la causa fundamental de este desequilibrio de manifiesta compone nte estructural. Este déficit queda de manifiesto en las balanzas energética e industrial, mientras que la agraria se caracteriza por su superávit, dadas las ventajas con las que cuenta dicho sector (la bonanza climática, la tradición exportadora, la proximidad de los mercados, etc.) El protagonismo que ostenta el comercio con Europa, incrementando a partir de la integración en la Unión Europea, contrasta con las ventas y compras a otras áreas geográficas. En consecuencia, el comercio con América del Norte, Latinoamérica, el África Mediterránea, o con los países asiáticos más desarrollados (NIC, Japón, China) se ha desplazado a un segundo plano, a veces incluso con dosis de marginalidad.
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