|
Desde la década de los años 90, la educación gira hacia el modelo orientado al desarrollo de competencias. Diversas aportaciones de gran calado (Delors, 1996; Eurydice, 2002; OCDE , 2005; Proyecto Tuning, 2007) se han ido constituyendo en referencias conceptuales para el diseño, desarrollo y organización de la Enseñanza y de la Educación. En este marco, el Espacio Europeo de Educación Superior ha incorporado esta orientación pedagógica, señalando la necesidad de abordar el desarrollo en las titulaciones universitarias de competencias generales y específicas. Se destaca como denominador común el hecho de que todas ellas implican preparar a la persona para aprender a aprender.
El hecho de reconocer esta competencia como un requerimiento para los estudiantes universitarios no es simplemente una cuestión de carácter teórico en los diseños de las titulaciones universitarias. Se trata de una necesidad que tiene fuertes consecuencias prácticas relacionadas con la calidad del trabajo profesional de los futuros egresados de las universidades.
Aunque se pueda definir esta competencia como de carácter general, a lo largo del desarrollo cognitivo y psico-socio-afectivo de las personas, en su transición hacia el hecho de ser profesionales en un sector determinado, se va especializando, de manera que las bases de la competencia las comparte –o deben compartir- todos los profesionales, con independencia de su sector de actividad, pero la traducción concreta en el modo en que puede manifestarse la competencia -ejercerse, ponerse en práctica- es dependiente del ámbito en que se trabaje.
En este caso, se ha cuestionado la necesidad de diseñar un instrumento para evaluar si un profesional del ámbito de la educación ha desarrollado la competencia aprender a aprender. Esta competencia se considera muy importante en un profesional de la educación. La competencia “aprender a aprender” se puede manifestar en el hecho de que sea la propia persona quien se cuestiona qué necesita para mantenerse actualizada en su ámbito profesional, y cómo conseguirlo; es decir, en una actitud de búsqueda de significados en el individuo que le lleve a construir nuevas representaciones de lo que le rodea, sabiendo cómo acceder a información válida, cómo procesarla y cómo generar nueva información en base a un proceso de relación con conocimientos previos (García-Bellido, Jornet, y Gónzalez, 2012).
Partiendo de un trabajo previo en el que se definió y validó el constructo "aprender a aprender" en profesionales de la educación, se ha diseñado un instrumento para evaluar dicha competencia en este ámbito tan concreto aportando evidencias iniciales de validez que permitan llegar al diseño final del instrumento. Para ello se ha realizado una revisión teórica; se han establecido situaciones, tareas y criterios de evaluación para el diseño del instrumento en cada una de las dimensiones reconocidas en la competencia, y que se aportan en la definición; se han diseñado ítems, escalas y pruebas para elaborar el instrumento; y finalmente se ha llevado a cabo un ensayo piloto con una muestra de 308 sujetos. Lo resultados obtenidos permiten la toma de decisiones en cuanto al diseño final del instrumento.
Entre las conclusiones a las que se llega en este estudio, se puede destacar la complejidad que conlleva la elaboración de este tipo de pruebas. No obstante, es importante destacar que este tipo de instrumentos son un gran avance en el ámbito evaluativo, ya que permiten una evaluación "a la carta" adaptada a una disciplina concreta que aporta información acerca del nivel de competencia que posee el profesional, en este caso de educación. Además este modelo teórico puede servir de base para otras disciplinas, para las que habría que adaptar el instrumento según el área profesional.
|