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El cine tiene un enorme potencial para representar la locura y hacer al espectador reflexionar sobre la línea que separa la “normalidad” de la locura. En virtud de los elementos técnicos que le son consustanciales, tiene la posibilidad de erigirse en un
medio idóneo para representar la dislocación que acontece en la locura. La escala, la
angulación, los movimientos que puede realizar la cámara como objeto físico y que
condicionan la forma como se ofrecen al espectador los restantes elementos icónicos, la
iluminación, el flujo diegético de gran labilidad espacio-temporal que genera el montaje
de los diferentes planos que componen la película, la combinación de los elementos que
entran a formar parte de la banda sonora —la palabra, la música y los ruido—, así como
los trucos de cámara, de decorados y de laboratorio, hacen del cine el medio mejor dotado
para representar con realismo convincente los errores psicóticos: la ilusión, en la que un
objeto externo es sustituido por la imagen de otro; la dislusión, en la que un objeto externo
es percibido con propiedades que en verdad no posee; y la alucinación, en la que se añadea la realidad externa objetos procedentes del mundo interior. El delirio, que es el núcleo
sobre el que gira el tema de la locura y del que emergen los procesos alucinatorios,
ilusorios y dislusorios, queda plasmado en las películas gracias al uso de las convenciones
narrativas que el cine aprendió de la tradición novelesca.
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