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No resulta descubrir ningún secreto hacer notar que las actividades culturales, en las
sociedades occidentales y desarrolladas, constituyen un sector de demanda creciente con
fuerte implicaciones en la calidad de vida de los ciudadanos, y cada vez más, con un mayor
impacto económico en términos de renta y ocupación.. Incluso la política cultural se convierte ya en una dimensión más de las estrategias de desarrollo. Así en Iberoamérica se está
generando todo un proceso de reflexión sobre la importancia de la cultura y por tanto de las
políticas culturales. La cultura es generadora de sentidos y significados, y conformadora de
identidades. Pero también lo es de bienestar y riqueza, y es una actividad dinamizadora de la
economía. Además, tiene un papel clave en los procesos de desarrollo endógeno, basados en
las propias potencialidades de las naciones y las regiones. Desde este punto de vista, la
cultura no debe estar vinculada solamente a las dinámicas propias de los mercados, sino
también y de manera fundamental, a las políticas de desarrollo. Aunque aún no constituyen en ningún caso sectores contablemente diferenciados (en términos de contabilidad nacional), algunos estudios apuntan a que una definición genérica de “cultura y ocio” podía ya significar más del 3 o el 4% de PIB en países como España.
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