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En este artículo me pregunto si, y en qué medida, podemos ser responsables de nuestras emociones. La respuesta a esta pregunta depende del grado de control que podemos ejercer sobre ellas y sobre nuestra vida emocional en general. Mi posición final es bastante pesimista a este respecto. Podríamos tener un control al menos indirecto de nuestras emociones si estas fuesen semejantes a creencias o juicios, como sostiene la concepción cognitiva, representada recientemente por R. S. Peters o R. Solomon, y más lejanamente por el estoicismo, Spinoza e incluso Aristóteles. Si esta concepción es correcta, podríamos ser responsables de nuestras emociones en el grado en que lo somos de nuestros juicios y creencias. Pero hay dificultades muy importantes para el cognitivismo, derivadas de la teoría de la evolución y de la neurofisiología. A la luz de estas dificultades, la tesis mínima del cognitivismo, a saber, que no hay emoción sin creencias, no parece cierta. El control que podemos tener sobre nuestras emociones, así como sobre la armonía entre ellas y nuestras creencias y valores, resulta así muy limitado. Dicho control y armonía dependen en gran medida de factores que no controlamos, o, dicho de otro modo, de la suerte.
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