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Cuando se generalizó la educación, cuando se sentaron las bases de los sistemas educativos modernos, dos condiciones marcaron la meta que las sociedades, por voz de sus autoridades representadas en los Estados modernos, encargaron a sus sistemas escolares. Por una parte, la pretensión de universalidad. Conseguir que la escuela fuera una oportunidad al alcance de toda la población. Que no quedara nadie sin escolarizar. Que el analfabetismo quedara desterrado gracias a la educación proporcionada a la infancia y, sólo más recientemente, a la juventud. Una educación para todas y todos. Por otra parte, la pretensión de garantizar unos conocimientos suficientes y compartidos que sentaran las bases de una cultura común. Común y, además, básica. Toda la cultura necesaria para desenvolverse autónomamente en la sociedad, en la vida adulta. Una cultura colectiva, suficiente, la cultura imprescindible para todas y todos.
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